Cuando en los últimos Juegos Olímpicos se inauguró el estadio en forma de nido que los suizos Herzog & De Meuron habían tejido en Pekín, la huella de ese gesto tecnológico y orgánico ya estaba más que cimentada. Hace ya unos años que los edificios se están despeinando. Se apartan del orden cartesiano y quieren acercarse a la naturaleza. El alejamiento de las líneas rectas resulta espectacular. Pero no parece ser ése el objetivo de los nuevos gestos, pues llegan, además, con razones constructivas.
En el humedal de Salburua, en un parque periurbano que rodea Vitoria, Javier Mozas y Eduardo Aguirre levantaron la sede de Caja Vital. El edificio, sustentado en soportes quebrados con forma de cromosoma, buscaba evocar los bosques de chopos que crecen junto a las lagunas de aquel entorno. La imagen de un bosque en movimiento se oponía radicalmente al racionalismo gris que impera en los polígonos industriales de la zona. El inmueble trataba de dar así una respuesta arquitectónica a un entorno biológico, el del anillo verde que los propios Mozas y Aguirre habían diseñado. Por eso habló y por eso se hizo ver. Tanto que fue el lugar elegido para el atentado de ETA con coche bomba del pasado 22 de septiembre. Muchos vidrios se rompieron aquella noche y los soportes quebrados, revestidos de plancha de acero, guardarán para siempre algunas huellas de aquella metralla. Pero los empleados regresaron a trabajar al día siguiente.
También Juan Navarro Baldeweg ha sacado su caligrafía de artista a la fachada de su último edificio en Barcelona. Para el campus de Ciutadella de la Universidad Pompeu Fabra, el arquitecto santanderino ha levantado un edificio de seis plantas con una espectacular esquina atravesada de brise-soleils de aluminio lacado en rojo. Esa celosía orgánica y escultórica hace de puente entre los antiguos cuarteles militares y la nueva construcción. También rompe la separación entre el interior y el exterior del nuevo edificio al tiempo que la destaca. Las luces y los rayos solares, de dentro afuera y de fuera adentro, juegan entre las piezas encarnadas. Así, esa marca caligráfica no sólo hace hablar al edificio y al artista, también controla la radiación solar que recibe la esquina del inmueble con vistas al parque de la Ciutadella.
Las nuevas fachadas arquitectónicas indagan a la vez que expresan. Pero no quieren convertirse en la firma de sus autores. Así, ni Navarro Baldeweg prepara una hornada de fachadas caligráficas ni Mozas y Aguirre emplean siluetas cromosómicas en otras obras. Todos los edificios, incluso los que callan, hablan. Que algunos se esfuercen, y se despeinen en el esfuerzo, no debería darles miedo ni a los arquitectos más cartesianos.
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