Hace una década, la zona de la playa de Jumeirah, donde se levantó el Hotel Vela y ahora se alza el edificio más alto del mundo -el Burj Dubai, que hoy se inaugura- era poco más que un desierto. Hoy, repleta de hoteles, restaurantes y millonarios, con la coronación de la torre de la ciudad (burj es torre en árabe), Dubai busca convertirse en el centro del mundo. De un nuevo mundo. La cuestión que plantea esta inauguración es si se tratará del principio de una nueva y desaforada carrera por las alturas o del final de una etapa. Sea como sea, va a ser muy difícil que otro rascacielos supere los 818 metros de altura alcanzados por éste. Las razones no serán ya técnicas. La economía es hoy la que decide la altura de los edificios.
El Burj Dubai es de los pocos rascacielos diseñados para un uso fundamentalmente residencial. De sus 160 plantas habitables, 108 son apartamentos. Y todos están vendidos. La ocupación total contrasta no sólo con el secretismo sobre la identidad de los propietarios, sino con la mismísima crisis financiera que en los últimos tiempos viene azotando al emirato.
Pero la torre encierra mucho más que misterios. 300 expertos chinos cortaron a mano los 26.000 metros cuadradros de paneles de cristal que forran la fachada: el equivalente a 17 campos de fútbol. El Burj es ya una ciudad vertical en la que uno podría vivir sin necesidad de salir. Además de un hotel y varias plantas de oficinas con las mejores vistas del país, hay 30 pisos de instalaciones con depósitos de agua y zonas de mantenimiento, cuatro dedicados a gimnasios a partir de la planta 123, la 143 es una discoteca y la 122, un restaurante, obviamente panorámico. Giorgio Armani se hizo con el hotel de la torre, de 160 habitaciones. También son suyas y decoradas por él 144 residencias privadas. Los 57 ascensores -que recorren 10 metros por segundo- y las ocho escaleras dejan sitio -aunque poco- para un refugio antiincendios cada 25 plantas. Esa distancia fue la que los ingenieros -encargados de vencer el miedo a las alturas provocado por el 11-S- decidieron que podía recorrer una persona en el breve tiempo de una desesperación.
El emir Sheik Mohammed bin Rashid al-Maktoum lo tenía claro: quería un icono para Dubai. Ciertamente, no sólo la altura del nuevo rascacielos es espectacular, también el momento de su inauguración -tras el crash bursátil vivido allí el pasado noviembre- lo ha convertido en el símbolo de una ambición.
Pero, ¿qué ha hecho posible su construcción? «Tecnológicamente era posible desde hace más de 30 años. La Torre Sears de Chicago, levantada en 1973, tiene una estructura de hormigón similar y emplea un retranqueo de las plantas ascendente parecido y con el mismo objetivo: confundir al viento», explica Miguel Ruano, que fue arquitecto jefe del Hotel Arts de Barcelona, diseñado por Skidmore Owings & Merill (SOM), la empresa que firmó la torre Sears y también el nuevo icono dubaití. Ruano prepara el libro La creación de Dubai para la editorial Actar y explica, desde allí, que la crisis del país es relativa: «Sigue siendo imposible cenar sin reserva y los hoteles están permanentemente ocupados». Cuenta que Dubai recibe 7 millones de visitantes anuales. «Los mismos que Barcelona».
El arquitecto recuerda el desierto que rodeaba al hoy famoso Hotel Vela cuando se inauguró hace diez años, para el cambio de milenio. «En Dubai no se admite abiertamente, pero el hotel fue una estrategia publicitaria. Salió tan bien que ha derivado en la creación de una ciudad en menos de una década».
Dubai buscaba un icono al que no fuera fácil hacer sombra y se concentró no en superar récords cercanos, sino en doblarlos para evitar competidores. No se tomó como referencia el anterior edificio de mayor altura -la Torre Taipei, de 508 metros-, sino las más recientes estructuras de comunicaciones, como la KVLY-TV, en Dakota del Norte, de más de 700 metros. El resultado será difícil de batir. «Los edificios crecen por el precio del terreno o por lo que la demanda está dispuesta a pagar por instalarse allí. Pero la rentabilidad en Dubai se mide en otros términos, opina Ruano: «No importa tanto perder dinero como consumar una estrategia publicitaria. El Burj superará las portadas que ocupó el Hotel Vela. Ese reto sólo se puede lograr con edificios inimaginables».
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