Tras seis meses de intensa actividad, cayó el telón. La mayor Exposición Universal de la historia ha cerrado en Shanghái con una cifra récord de 73 millones de visitantes, en una nueva muestra del ascenso mundial chino en las escenas política, económica y cultural. El pabellón de España, conocido como El Cesto, recibió siete millones de visitas, frente a unas estimaciones iniciales de 5,5 millones. Ha sido galardonado con el bronce en la categoría de diseño arquitectónico de pabellones por el Buró Internacional de Exposiciones (BIE), tras el oro de Reino Unido y la plata de Corea del Sur. Un total de 189 países han participado en la exposición china, bajo el lema Mejor ciudad, mejor vida.
El Cesto, obra de la arquitecta italiana Benedetta Tagliabue, que dirige el estudio barcelonés Miralles-Tagliabue, ha sido recorrido por una de cada 10 personas que han acudido al multitudinario acontecimiento. Su diseño innovador, formado por una enorme estructura tubular cubierta de grandes escamas de mimbre y sus contenidos -obra de los directores de cine Bigas Luna, Basilio Martín Patino e Isabel Coixet-, bajo el lema De la ciudad de nuestros padres, a la de nuestros hijos-, fueron un imán desde el principio para el público chino. A ello contribuyó en buena medida Miguelín, un bebé sentado, de 6,5 metros de alto, que parpadea, sonríe y parece respirar, con el que Coixet realizó una divertida apuesta, que hizo las delicias de los espectadores. El Gobierno español ha cedido el muñeco a Shanghái, que lo instalará en el futuro museo de la Expo.
El destino del pabellón español, uno de los más grandes entre los países participantes, aún no está fijado totalmente, según aseguró a EL PAÍS su comisaria, María Tena. Pero es muy probable que se salve y se quede en Shanghái. «Todos los pabellones van a ser desmantelados, pero dos o tres serán indultados, y estamos optimistas en que el español será uno de ellos», dijo Tena. Ello obligaría a remodelar en parte, e incluso cambiar algunos materiales, para pasar de lo que ha sido un edificio temporal a uno permanente. Según Tena, este coste sería asumido por la parte china.
La Exposición Universal ha ofrecido a China la oportunidad de mostrar los progresos realizados desde que comenzó su apertura al mundo hace tres décadas, de la misma forma que lo hicieron los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008. «El éxito de la Expo ha reforzado la confianza y la determinación de China para continuar el proceso de apertura y reforma», afirmó el primer ministro, Wen Jiabao, en el recinto ferial. Para los países participantes, ha sido una vitrina en la que exponer su cultura y su potencia empresarial.
Los visitantes, muchos en grupos organizados, procedentes de toda China, tuvieron que hacer frente a las altas temperaturas veraniegas y largas colas, que obligaron en algunas ocasiones a 10 horas de espera. El 16 de octubre, la Expo recibió 1,03 millones de espectadores.
El legado de la muestra para Shanghái va más allá de la imagen de ciudad moderna que ha transmitido al mundo. La capital económica y financiera del país asiático ha sido dotada con numerosas nuevas infraestructuras, como líneas de metro, un aeropuerto y líneas ferroviarias de alta velocidad. El precio a pagar han sido la demolición de edificios históricos y los desalojos forzosos y expropiaciones, en algunas ocasiones en contra de la ley, según los activistas. China ha gastado 28.600 millones de yuanes (3.072 millones de euros) en el acontecimiento más lo invertido en la construcción y la modernización de infraestructuras.
La Expo de Shanghái ha superado, con creces, el récord de 64 millones de visitantes que tenía hasta ahora la de Osaka (Japón), en 1970. El Gobierno chino había anunciado meses antes de que comenzara la feria que recibiría al menos 70 millones de espectadores. Pocos ponían en duda que lo lograría.
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