Un capitel y una ménsula atrajeron ayer todas las miradas. Venían de Torrelodones con destino a Simat de la Valldigna, pero ayer se detuvieron en el Palau de la Generalitat. Allí se ofició un breve acto presidido por Francisco Camps para conmemorar el retorno del claustrillo del palacio del Abad de La Valldigna, tras 10 años de gestiones. Antes de Semana Santa, estará restituido en su lugar de origen, el antiguo monasterio cistercense.
Más de la mitad de las 283 piezas que conforman el Claustrillo Alto del palacio del Abad ya se han desmontado de la finca del Canto del Pico del municipio madrileño de Torrelodones. Se prevé que en unas semanas se hayan trasladado ya en su totalidad al monasterio de La Valldigna para reintegrarlos, tras su restauración, en un plazo de tres meses, antes de Semana Santa, según señaló el arquitecto conservador del cenobio y autor del proyecto, Salvador Vila.
Rodeado de alcaldes de La Valldigna, de representantes de Fecoval (federación de contratistas), que ha sufragado el traslado y desmontaje, y varios cargos políticos del PP, Camps destacó que la recuperación de la arquitectura del pasado muestra a los valencianos «el camino que hay que seguir en el presente y en del futuro». Resaltó que el claustrillo «habla de los albores de la edad dorada del Reino de Valencia», mientras que el patio del Embajador Vich (ahora reconstruido) «se refiere también a una época de foralidad en la Comunitat, ambición y sobre todo del pasado de los valencianos arquitectónicamente restituido».
Vila explicó que la mayor dificultad en los trabajos de desmontaje, que se iniciaron el pasado día 10, es que están encontrando más elementos metálicos entre los sillares de los que en un principio se pensó, que por la oxidación aumentan de volumen y producen roturas, por lo que deben extremar las precauciones. Del mismo modo, expuso que las «dificultades reales» provienen de que se trata de desmontar un claustro de 650 años de antigüedad, formado por diez arcos góticos, que entre 1920 y 1926 ya sufrió un desmontaje «con los medio técnicos de la época» para ser trasladado a la finca del Canto del Pico, situada a una altitud que «no le corresponde», 1.100 metros sobre el nivel del mar.
Los mayores daños que han registrado los sillares son consecuencia de haber estado más de 80 años a la intemperie en un clima «muy diferente» al mediterráneo de su ubicación original, a 30 metros de altura y al lado mar, y que las piedras de arenisca de las canteras de Barxeta y el Buscarró, en Quatretonda, soportan mal.
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