Existe una Venecia donde campanarios, puentes y palacios con trífora se transforman en grúas, vías torcidas del ferrocarril, naves inmensas y oscurecidas por el polvo. Aquí las calles, en sus nombres, brindan homenajes a “la industria”, al “petróleo” o a “las maquinarias”. En la orilla de la laguna opuesta a la isla de Venecia, siete kilómetros de agua más al oeste, en la tierra firme, se encuentra una de las zonas industriales más amplias y contaminadas de Italia. La de Marghera. Aquí el diseñador de moda y artista Pierre Cardin, de familia y nacimiento veneciano, sueña con edificar un rascacielos de 250 metros de altura y paredes transparentes (de ahí lo de Palais Lumière) y una superficie de 175.000 metros cuadrados, 250.000 incluyendo los servicios y el parque anexos.
Tres torres curvas, unidas por seis terrazas horizontales, como un ramo de flores atado con un lazo, 60 plantas habitables, 1.500 pisos, una universidad de la moda, tiendas y oficinas, hoteles y restaurantes. “Una ciudad vertical, una escultura habitable que va a lanzar Venecia hacia el futuro”, dijo el modisto, que ha entregado el desarrollo del proyecto a su nieto, Rodrigo Basilicati, y al estudio Altieri de Vicenza. Construido según manda la ecología, con cero emisiones, paneles solares y otras energías renovables. En total, el proyecto requerirá una inversión de 2.000 millones de euros. La intención es empezar el año que viene para que esté listo en la Exposición Universal de 2015 en Milán.
Pierre Cardin, que acaba de celebrar su noventa aniversario años, quiere dejar su huella en su laguna natal. Pero ha azuzado la polémica entre los que lo ven como la revitalización de una zona deprimida y degradada y aquellos que sostienen que el gigante, 150 metros más alto que San Marcos, va a cargarse de un plumazo el legendario paisaje.
Las Administraciones lo ven con buenos ojos y están dispuestas a negociar. El Enac, el ente que gestiona el cercano aeropuerto, concedió la autorización a pesar de que la torre supera al menos en 100 metros los límites previstos para cualquier zona adyacente a una pista de despegue.
Desde la costa opuesta de la Laguna, el corazón oscuro de Venecia sincroniza su latido con San Marcos o Rialto, amenazados por el agua y por los cruceros repletos de turistas. Con su forma de pez, la isla se inclina hacia la tierra firme como si se volcase. La zona industrial de Marghera la dobla en tamaño y todo Mestre (la zona fuera de la isla de Venecia) tiene cuatro veces sus habitantes. Tenía que ser una fuente de producción industrial y laboral. Un sueño futurista que en los años cincuenta empleaba a 50.000 personas y hoy apenas retiene a los 5.000 trabajadores de Fincantieri (empresa estatal que construye barcos) y de la refinería (propiedad de Eni). Mientras, las industrias privadas que vivían a su alrededor y las multinacionales abandonan el terreno.
“Firma aquí, Alberto”. El dedo arrugado de Roberto Prosdocini, quiosquero de Marghera de toda la vida, señala una hoja con casi 200 nombres: “Necesitamos esa torre como agua de mayo”. Cardin ha prometido sanear la zona y crear 5.000 empleos. “Hace 30 años, moríamos de tumores y el cielo estaba tan cargado que nunca veíamos las estrellas”, recuerda el cliente del quiosco. “Recogimos firmas para cerrar las industrias químicas que nos envenenaban. Hoy firmo esto porque nos dejaron agonizando y necesitamos una alternativa”. En el corazón oscuro de Venecia, entre vías y calles que se cruzan iguales, el aire huele a gasolina.
“Construir un gigante de lujo para turistas ricos no es ninguna solución”, considera Lidia Fersuoch, presidente regional de Italia Nostra, grupo que defiende el patrimonio nacional. “La cuestión no solo es estética. El proyecto puede gustar o no, pero altera de forma peligrosa el delicado equilibrio entre agua y tierra. El Palais necesita cimientos de al menos 50 metros bajo el nivel del mar: significa tocar las faldas acuíferas que yacen bajo Venecia. Cuando, en los años de su expansión, las industrias chupaban desde allí, la ciudad se hundió 10 centímetros”, recuerda.
“Una ley prohíbe construir a menos de 300 metros de la costa de la Laguna. Ahora allí solo hay estructuras viejas y bajas”, insiste el urbanista Gianfranco Franz. “Además va a tener un gran impacto visual sobre la ciudad: va a ensuciar la vista de quien mire hacia tierra desde Cannareggio o la Giudecca”. Y por las noches, con luces, más aún.
“¿Por qué Cardin no edifica dos, tres torres más bajas? Porque mancillar Venecia no es un efecto colateral, sino el corazón de su proyecto”, escribe el historiador del arte Salvatore Settis. “Es la prueba de la miopía cultural de la Administración”, considera Fersuoch, que pide que se haga un plan de crecimiento productivo sano y no un complejo para turistas. “Venecia necesita habitantes que reactiven la economía, no a más personas que se quedan tres días, fotografían, comen y se van”.
En 1945, tenía 150.000 vecinos, hoy no llegan a 58.000. En cambio, los visitantes son 30 millones cada año. Una bendición, pero también una economía de doble filo. “Venecia es carísima de mantener”, apunta el urbanista Franz, profesor de Economía urbana en la Universidad de Ferrara.
“Con la promesa de una inversión tan importante no podemos tomar a la ligera el asunto”, esgrimen desde el Ayuntamiento. “Además, el Gobierno de Mario Monti, que ha sido muy positivo para el país, ha penalizado a las autonomías”, se queja el alcalde de izquierdas Giorgio Orsoni. Se refiere a los fondos de 58 millones destinados a la ciudad por una ley especial, pero bloqueados en Roma. “Nuestro presupuesto corriente está en orden, pero tenemos un problema para controlar la deuda”. Ahogados en créditos, pidieron a Cardin que adelantara los 40 millones necesarios para comprar el terreno municipal donde quiere edificar su torre. Pero no fue capaz: “En esta situación de incertidumbre —aclara el modisto en una nota— no tenemos la culpa de no haber podido adelantar a la Administración, en pocos días, con las fiestas, una suma de decenas de millones. Nosotros tenemos el compromiso de arrancar el Renacimiento de Marghera ya en 2013. Seguimos creyendo que es posible”.
Ahora toca esperar a la decisión de la superintendencia que debe establecer si se puede construir en la zona o las cuestiones ambientales y paisajísticas se imponen a la creación de riqueza. Los inversores, los vecinos de Marghera que recogen firmas, los historiadores del arte y urbanistas esperan su veredicto. Al otro lado de la Laguna, aguarda también Venecia. Con enorme superávit de turistas y una escasa población residente.
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