Los puristas los considerarán una falta de respeto. Pero a los internautas les encantan. Miles de páginas web recopilan lo que llaman los «edificios más raros del mundo». Las listas son cajones de sastre donde cabe todo: desde casas con forma de bota hasta maravillas del equipo Diller & Scofidio, la arquitectura kitsch.
Está en China . El piano con violín, sobre estas líneas, causaría urticaria a Mies van der Rohe y su «menos es más». Su grotesca subordinación de la función a la forma es «una aberración conceptual», señala el arquitecto Juli Capella. Aun así, esta arquitectura chocante tendría su sustento teórico en el posmoderno Robert Venturi y su «menos es aburrido». El autor de Aprendiendo de Las Vegas (1972) consideraba que lo simbólico también podía ser útil. Por ejemplo, la cafetería con forma de cafetera. Capella incide en el exhibicionismo de estos edificios «que hablan de sí mismos».
En medio de Idaho hay un hotel con forma de perro. Lo construyó con sus propias manos Frances Conklin, que cuenta por teléfono: «Al principio, los vecinos fueron muy escépticos. Pero ahora nuestro pequeño pueblo tiene fama mundial».
Abunda el concepto lo más grande del mundo: patos gigantes, cerdos, piñas… No es de extrañar que la mayoría se ubique en Estados Unidos, cuna del pop art, un movimiento que alumbró la gigantesca cerilla de Claes Oldenburg. Durante la expansión de la red de carreteras norteamericana se erigieron al margen del camino cafeterías, cines al aire libre, gasolineras, la enorme rosquilla… Pero a partir de 1956 el Gobierno invirtió miles de millones de dólares en nuevas autopistas «planificadas con un diseño uniforme y sin distracciones en los laterales», como explica en el libro Roadside America (Taschen) el periodista de The New York Times Phil Patton. «Las antiguas carreteras se abandonaron, y con ellas, muchas de las construcciones más interesantes y excéntricas».
El relevo lo ha tomado Asia . «Allí se están erigiendo cosas alucinógenas, aeroespaciales, con gran influencia del cine de ciencia-ficción», afirma el pintor Guillermo Pérez Villalta. Sin ir más lejos, la sede de la Asociación Mundial del Váter (World Toilet Association), en Suwon (Corea del Sur), que, como no podía ser de otra manera, tiene forma de inodoro. El presidente de esa asociación se puso en contacto con el estudio Kokiwoong. «Me dijo que estaba buscando a un joven arquitecto medio loco», explica el responsable del proyecto, Kiwoong Ko. «El cliente quería un símbolo muy obvio para subrayar su mensaje de higiene y respeto al medio ambiente». Por eso los lavabos de la casa ahorran agua, un gran tanque recoge la lluvia y varias placas fotovoltaicas generan electricidad. Aunque, en fin, no deja de ser la simpática casa-váter.
Esta arquitectura de serie B no tiene espacio en los museos. Expertos como Capella, sin embargo, opinan que «la distancia entre este kitsch y el arte culto no es tan grande». Un ejemplo: el alabado pabellón español de Miralles-Tagliabue para la Expo de Shanghai 2010 se inspira en… un cesto de mimbre. ¿Qué lo separa de la cesta gigante de la empresa (de canastillos de pic-nic) Longaberger? «La arquitectura se inspira y evoca, pero no es literal», responde Capella.
Otra comparación: la Biblioteca François Mitterrand de París frente a la Biblioteca Pública de Kansas City. La primera, obra de Dominic Perrault, se inspira en cuatro libros abiertos, que se traducen en cuatro abstractos rascacielos de cristal. La biblioteca estadounidense, por su parte, encargó una ampliación bastante menos sutil: un garaje compuesto de tomos de diez metros de alto, novelas enormes con su título y su autor. Capella no escatima en críticas: «Cuanto más cerca del objeto real, menos valor tiene». Sin embargo, el original diseño del equipo 360º Architects se ha convertido en «un destino habitual de los turistas y los conductores de Kansas City», según David Rezac, responsable del proyecto. Y eso que reconoce: «Este estilo literal en realidad no va con nosotros. Ni siquiera compartimos las teorías de Venturi…». Lo paradójico de estos ejemplos de arquitectura mórfica es que a veces los elementos más kitsch exigen carísimas soluciones técnicas. Las asas de acero de 92 metros de la cesta Longaberger pesan 150 toneladas. Un ingeniero del estudio NBBJ, la firma que lo proyectó, explica que reforzaron los cimientos y usaron bastidores de sujeción; asimismo, idearon un sistema de calefacción especial para que las asas no se congelen.
En Kaunas, la segunda mayor ciudad de Lituania, se encuentra un edificio con forma de billete (cómo no, un centro financiero). Para la sinuosa fachada, el arquitecto Rimas Adomaitis, del equipo Ra Studija, empleó 4.500 unidades de cristal esmaltado. Experimentó con las sombras, los colores y la opacidad del material para que la visión desde dentro no resultase incómoda. Ese proceso retrasó un año las obras y elevó el presupuesto a 10 millones de euros.
«Estos edificios tienen una parte de divertimento, de boutade, que excita», considera Pérez Villalta. El artista defiende «no rechazar lo hortera porque sí, sino estudiarlo seriamente». Y remata: «En este momento no vendría mal… pues la arquitectura, después del deconstructivismo, se ha vuelto excesivamente seria y estricta. Sería interesante un poco de desmadre bien hecho». Al margen de cánones y gustos, para Juli Capella «algunos de estos edificios resultan interesantes desde el punto de vista cultural y antropológico, como expresión de poder… y del egocentrismo de sus promotores».
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